El final de Róger Pinto
Murió sin cumplir su deseo de volver algún día a Bolivia. Róger Pinto, que fue uno de los más feroces y firmes opositores de la primera parte del Gobierno de Evo Morales, no soportó las graves heridas que le provocó un accidente aéreo en Brasil, donde estaba con refugio político, después de escapar en 2013 con la ayuda de diplomáticos. La historia del ex senador pandino es única, sobre todo por el final conmovedor que ha tenido, desde el punto de vista humano, más allá de las adhesiones o el rechazo que generó su accionar público en un país polarizado.
Róger Pinto se convirtió en un personaje emblemático de la oposición en la reciente historia política, sobre todo al protagonizar una seguidilla de delicadas denuncias de presunta corrupción y narcotráfico, con repercusión internacional. Su persistencia en las acusaciones lo convirtió en una incomodísima piedra en el zapato del Gobierno, que en paralelo le abrió una investigación por presuntos daños económicos al Estado. A partir de ese momento su vida fue una constante y arriesgada odisea. El político comenzó a vivir desde entonces y casi hasta el final de sus días al filo.
Declarándose víctima de una persecución política, tocó las puertas de la embajada de Brasil en La Paz y encontró allí auxilio el 28 de mayo 2012 para encerrarse durante 453 días. El diplomático brasileño Eduardo Saboia le aconsejó escapar rumbo a Brasilia, según su propio relato.
Lo hizo el 23 de agosto de 2013 y logró burlar la vigilancia para quedar libre en el vecino país. Su inédita fuga causó una crisis diplomática, que no evitó que lo declaren refugiado. En Brasil sobrevivió con apoyo de políticos de esa nación, insistió con algunas denuncias hasta que en los últimos años se propuso reorientar su vida, abandonando la política para sustentar a su familia. Aunque en una reciente carta pública expresó que nunca fue un “exiliado feliz”, comenzaba a dar sus primeros pasos como piloto cuando lo atrapó la tragedia. Con el cambio de enfoque de su vida, el exsenador pretendía animar a centenares de exiliados y refugiados políticos bolivianos para que comiencen una nueva vida, pese a las adversidades.
Su muerte reduce la posibilidad de esclarecer las complicadas denuncias que hizo sobre el Gobierno de Morales y también impide que la justicia lo sentencie o lo exculpe, que es lo que espera un denunciado. Su final reorienta también nuestra atención hacia el durísimo drama de decenas de bolivianos que se fueron del país en los años recientes por temor al abuso de poder y por desconfianza de la justicia.
Róger Pinto se convirtió en un personaje emblemático de la oposición en la reciente historia política, sobre todo al protagonizar una seguidilla de delicadas denuncias de presunta corrupción y narcotráfico, con repercusión internacional. Su persistencia en las acusaciones lo convirtió en una incomodísima piedra en el zapato del Gobierno, que en paralelo le abrió una investigación por presuntos daños económicos al Estado. A partir de ese momento su vida fue una constante y arriesgada odisea. El político comenzó a vivir desde entonces y casi hasta el final de sus días al filo.
Declarándose víctima de una persecución política, tocó las puertas de la embajada de Brasil en La Paz y encontró allí auxilio el 28 de mayo 2012 para encerrarse durante 453 días. El diplomático brasileño Eduardo Saboia le aconsejó escapar rumbo a Brasilia, según su propio relato.
Lo hizo el 23 de agosto de 2013 y logró burlar la vigilancia para quedar libre en el vecino país. Su inédita fuga causó una crisis diplomática, que no evitó que lo declaren refugiado. En Brasil sobrevivió con apoyo de políticos de esa nación, insistió con algunas denuncias hasta que en los últimos años se propuso reorientar su vida, abandonando la política para sustentar a su familia. Aunque en una reciente carta pública expresó que nunca fue un “exiliado feliz”, comenzaba a dar sus primeros pasos como piloto cuando lo atrapó la tragedia. Con el cambio de enfoque de su vida, el exsenador pretendía animar a centenares de exiliados y refugiados políticos bolivianos para que comiencen una nueva vida, pese a las adversidades.
Su muerte reduce la posibilidad de esclarecer las complicadas denuncias que hizo sobre el Gobierno de Morales y también impide que la justicia lo sentencie o lo exculpe, que es lo que espera un denunciado. Su final reorienta también nuestra atención hacia el durísimo drama de decenas de bolivianos que se fueron del país en los años recientes por temor al abuso de poder y por desconfianza de la justicia.
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