Pero el presidente Evo Morales entró en la competencia cuando dijo que los Cascos Azules de la ONU son un instrumento del imperio a pesar de que él mismo había enviado tropas a esa fuerza internacional durante nueve años. Quizá lo haría porque el azul es el color de su partido, pero esa no sería una excusa.
Las confusiones son muchas y permiten observar que, de veras, esta es una revolución que no solamente confunde colores, sino también ideas.
Se ufanan los conductores de este “proceso de cambio” de haber logrado la “inserción” de los sectores excluidos de la sociedad.
Pero ocurre que desde 2006 hasta ahora, los pueblos originarios del oriente han perdido las posibilidades que tenían de defender el medio ambiente donde viven. Antes de que llegara este gobierno era insoslayable la Declaratoria de Impacto Ambiental (DIA), y ahora ya no lo es. Quedaba en pie la Consulta Previa a los pueblos aborígenes, lo que les daba la opción de aprobar o no operaciones de empresas petroleras que se proponían incursionar en sus territorios. Eso también fue eliminado por el gobierno de la inserción social cuando el propio presidente Morales definió a esa consulta como una “pérdida de tiempo”.
Esto comenzó temprano en este gobierno. En 2007, cuando llegaba el famoso taladro venezolano que habría de perforar sin éxito en Lliquimuni, y después de discursos en todo el trayecto de la caravana, el presidente hizo la pregunta que habría de guiar la política de su gobierno ante la naturaleza. Los habitantes de la zona habían hecho saber que el lugar elegido para la perforación estaba en medio de un parque nacional, y que los trabajos de Predoandina, el engendro creado por YPFB y PDVSA, ahora quebrado, iban a dañar el medio ambiente.
Entonces, el caudillo hizo la pregunta que define su profundo pensamiento sobre el cuidado de la naturaleza, de los pueblos originarios, de la Pachamama: “Si no podemos buscar petróleo en la selva, entonces ¿de qué vamos a vivir?”
¿Ser o no ser?
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