Durante los tres meses transcurridos desde entonces, de nada valieron las expresiones de repudio. Ni siquiera se dio curso a las demandas de inconstitucionalidad presentadas ante el Tribunal Constitucional.
Ahora, cuando los mineros cooperativistas esgrimen ese decreto para justificar la ferocidad con que se han dado a la tarea de destruir carreteras para imponer al Gobierno sus exigencias, son los mismos ministros que con más ardor defendían el decreto y minimizaban su incompatibilidad con la Ley de Armas que prohíbe el uso de armas de fuego o explosivos en “manifestaciones públicas, movilizaciones sociales, marchas, huelgas y mítines”.
Visto el asunto con cierta condescendencia, podría decirse que el radical giro dado por los ministros de Gobierno y Defensa sobre el tema es digno de aplauso. Sin embargo, más allá de las dramáticas circunstancias que los motivaron a reconocer su error, lo cierto es que esa medida, como muchas otras, no hace más que poner en evidencia la irresponsabilidad que guía muchos de los actos de nuestros gobernantes. Y eso es algo ante lo que los declaraciones de arrepentimiento no son suficientes.
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