Independientemente de lo que nos deparen las urnas el venidero veintiuno de
febrero –aunque, guiado por el cóctel de encuestas al que nos hemos sometido
estos días, que antes que mostrar oculta en buena medida (alrededor de 20%) el
sentir ciudadano, intuyo que el resultado no será el que la dupla en el poder
está buscando- el espectáculo que el régimen nos está brindando es
impagable (¡y lo tenemos gratis!).
En su desplazamiento a tientas buscando un titular del “NO” para polarizar
con éste, el otrora certero régimen se ha mostrado tan carente de imaginación
como de escrúpulos. Su proceder es comparable al de un cazador que dispara a
mansalva cartuchos rellenos con perdigones esperando que alguno dé, por pura
casualidad, en la cabeza de algún animal causando su cólera. Uno de esos
perdigones alcanzó a un zorro muy venido a menos, el único que respondió
(probablemente estimulado en su ego, añorando el protagonismo que alguna vez
tuvo). Tal es la talla, asimismo, de un régimen del que, no obstante ser
antagonistas suyos, le reconocimos cierta lucidez en otros tiempos. Reacio a
debatir con figuras de mayor preparación intelectual que la suya, ahora Morales
se autocomplace contendiendo con un espectro convenientemente desenterrado que,
agradecido, le sigue el juego introduciendo ruido en el asunto de la
re-re-reelección. Mayor funcionalidad, imposible. La duda es si el régimen
podrá sostener esta farsa hasta el día del referendo, cosa poco probable.
Pero entretanto, y como referí, la desorientación del régimen merece un
lugar privilegiado en la galería de la chapucería política. Tanto el number
one como el number two, se despacharon mayúsculas trapisondas –ni
qué decir de sus serviciales como el ministro de Trabajo o la ministra de
Comunicación-. Aquel, alternando declaraciones en tono de despedida con
discursos triunfalistas (“70%”) en patente muestra de esquizofrenia política;
éste, articulando arengas sobrenaturales denotando su absoluto desprecio por el
raciocinio de los demás.
Mientras esto ocurre en el plano discursivo, en el de las acciones pasa tres
cuartos de lo mismo.
Veamos cómo, hasta que un perdigón rozó la pelambre de un mamífero, el
régimen sobó insistentemente los nombres de una serie de personalidades,
instituciones e incluso países, sin conseguir mayor respuesta a sus
provocaciones.
Entre los que llevaron lo suyo se encuentra el sacerdote Solari (otros curas
contra los que el régimen arremetio despiadadamente fueron el padre Mateo y el
mismísimo cardenal Terrazas) a raíz de testimonios suyos contenidos en un libro
con sus memorias. “Cuando se decidió escribir el libro no se sabía nada de esta
reelección” tuvo que aclarar el clérigo Carrillo, autor del volumen. El
Departamento de Estado de EEUU fue otro “enemigo” –el más recurrente,
probablemente- fruto de la paranoia delirante del régimen, señalado por
financiar al “NO”, con “pruebas” risibles, para variar. Y no se quedó en
amenazas. Con admirable oportunidad, el Congreso autorizó la prosecución de un
juicio de responsabilidades contra el opositor Samuel Doria Medina, quien
estuvo desempeñando un papel relativamente discreto en esta coyuntura, más bien
de cesión de la iniciativa a la ciudadanía –cosa que el régimen nunca llegó a
asimilar-. Y, en el colmo de su paroxismo, el oficialismo desató toda su furia
contra Carlos Mesa, duro crítico del prorroguismo.
Aturdido, desgastado, desorientado, temeroso, anonadado, acomplejado,
inseguro –aunque envalentonado-, así se encuentra el régimen a falta de
exactamente un mes para el verificativo del referéndum sobre la
re-re-reelección de sus dos patrones.
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