El sueño del "vale un Potosí” se convierte en la pesadilla de la indiferencia y la politiquería del poder. Más aún, desde la cima del árbol del poder se responde con un: "Potosí me vale un pepino”
Una de las expresiones más globalizadas del pasado, que reflejaba la riqueza de Bolivia y de la Villa Imperial, era: vale un Potosí. Así se resaltaba cuando algo tenía muchísimo valor. Este enunciado habría surgido entre 1570 y 1620, cuando se produce uno de los auges más importantes de la plata en el mundo. Cabe recordar que las minas de Potosí fueron descubiertas hacia mediados del siglo XVI y gracias a las Reformas Toledanas (1570) y la introducción de nuevas tecnologías vivieron un gran esplendor.
La magnitud del boom minero fue tal que la fama de Potosí se debe a este período, momento en el cual –según la sabiduría popular–, la urbe potosina tenía igual o más habitantes que las principales ciudades europeas. Las investigaciones históricas han demostrado también que, lejos de un mero enclave económico, Potosí actuó como un polo de crecimiento que dinamizó a diferentes regiones de América del Sur. La ilusión de desarrollo comenzó muy temprano en nuestra historia.
El auge minero terminó hacia 1620, y Potosí vivió su primer estancamiento económico que perduró más de un siglo.
Investigaciones recientes muestran que fue durante este periodo que el salario real potosino (una proxy de desarrollo económico) se rezagó frente al de México y al de ciudades norteamericanas que serían cuna de la industrialización en este continente.
La producción de plata potosina vivió un segundo boom hacia finales del siglo XVII. Este auge respondió a cambios en la organización colonial y no fue resultado de ningún cambio tecnológico; además, fue de menor magnitud que el presenciado durante los comienzos de la era colonial. En este contexto, el boom terminó abruptamente hacia inicios del siglo XIX, Bolivia comenzaba su vida independiente con un Potosí renqueante.
La producción minera potosina recuperó dinamismo recién hacia fines de 1850. Ello fue resultado de la consolidación de una nueva clase capitalista nacional que introdujo nuevas tecnologías y que fue capaz de aprovechar la caída de los precios de diversos insumos en los mercados internacionales. Posteriores cambios legislativos y tecnológicos dinamizaron ostensiblemente la producción de plata durante las décadas de 1870 y 1880. Sin embargo, la caída en los precios internacionales frenó, una vez más, abruptamente, este ascenso hacia mediados de la década del 90.
Durante el siglo XX, la explotación minera continuó generando estos procesos de expansión y crisis económica en el departamento de Potosí. Los ascensos fueron pocas veces resultado de innovaciones tecnológicas, más bien fueron consecuencia del ascenso en los precios internacionales.
De todas maneras, si algo caracteriza a la economía potosina durante este período, y particularmente desde mediados de siglo pasado, es la pérdida sistemática de importancia en el conjunto de la economía nacional. Si bien no contamos con datos históricos de PIB departamentales, la evolución de la importancia relativa de la población departamental es por demás elocuente. En efecto, si bien hacia 1950 la población potosina representaba el 18% de la población boliviana, en 1992 el ratio había descendido hasta el 10% y, hacia 2012, se ubicaba en el 8%.
A inicios del siglo XXI, la historia de boom y colapso se repite. Debido al incremento de los precios de la plata (en el periodo 2005-2013 sube en un 226%) se crea nuevamente el espejismo de la riqueza sin desarrollo. Una vez más el PIB potosino sube por el ascensor. Por ejemplo, en 2007 se crece al 12,9% y en 2008 se llega a la cima del 24%, para luego retroceder a la nada despreciable cifra de 8%.
El crecimiento del sector minero es más espectacular aún, para muestra sólo un botón: en 2008 el aumento del PIB sectorial llega a 60,7%. Las estrechas calles de la Villa Imperial se rinden ante las Hammers y la construcción presenta un espectacular crecimiento de 96,2%. Es el auge de la fiesta del consumo, se reedita el espejismo de las materias primas, los cooperativistas mineros están en un éxtasis financiero y se alían al proceso de cambio.
La vieja industrialización de los minerales vuelve de la ultratumba de la mano del zombi Karachipampa, que produce tres lingotes para la propaganda oficial y una gran foto. En el summit de la demagogia se ofrecen los símbolos de desarrollo para la región, un aeropuerto, una fábrica de cemento y otras joyas del desarrollismo.
Se inflan las expectativas y se promete la felicidad económica instantánea. De yapa, un nuevo mineral entra en la colección de ilusiones: el litio, que recibirá la posta de la plata en la corrida del crecimiento regional. Pero como siempre es una riqueza prestada, los precios de los minerales, en especial de la plata, vuelven a caer, ahora se cotiza 16 dólares la libra fina, cuando en el auge llegó a 50.
Un doloroso chaqui comienza a afectar a la economía local. La gente, una vez más, se ve desilusionada y el sueño del “vale un Potosí” se convierte en la pesadilla de la indiferencia y la politiquería del poder. Más aún, desde la cima del árbol del poder se responde con un: “Potosí me vale un pepino”, como a lo largo de más de cinco siglos. Este artículo fue escrito a cuatro manos, agradezco las excelentes ideas del historiador económico José Peres Cajías.
El autor es economista
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