La Universidad Mayor de San Simón está en manos de impostores y 
descarados. No soy capaz de llegar a otra conclusión cada vez que me 
informo sobre declaraciones de docentes y estudiantes que representan a 
sus respectivos estamentos.
Los dirigentes docentes 
nos quieren hacer creer que todos los casos son iguales y que esto se 
trataría de una gloriosa lucha por su dignidad y sus derechos, lo cual 
es mentira. 
Cerca de un cuarto del estamento docente es titular, lo que 
implica que tuvo que pasar por un proceso de evaluación muy exhaustivo, 
compuesto de tres etapas, a saber: calificación de méritos, calificación
 de currículum realizada en cogobierno por consejeros docentes y 
estudiantes en base a una tabla de evaluación; microenseñanza, breve 
clase magistral en que estudiantes que hayan aprobado la materia a la 
que se postula califican claridad, didáctica, dinamismo, etcétera; y 
examen de conocimientos, que es una evaluación escrita calificada por 
docentes titulares de la materia en cuestión junto a profesionales 
externos invitados para el efecto.
Para este proceso
 se realiza una convocatoria pública y puede ser más o menos 
transparente dependiendo de la voluntad y correlación de fuerzas 
políticas, pero es absurdo decir que porque no hay garantías de absoluta
 transparencia es mejor no aplicarlo.
Otros docentes
 ingresaron a través de un mecanismo más rápido y menos exhaustivo 
llamado “examen de suficiencia”, cuyas convocatorias a veces son 
públicas y a veces no, y que generalmente omite la etapa de examen de 
conocimientos, limitándose a méritos y microenseñanza. Aunque no se 
trate de un proceso de titularización, debe reconocerse que estos 
docentes hicieron algún esfuerzo para conseguir una cátedra.
No
 obstante, hay otro gran grupo de docentes que ingresó por el favor 
político de las corruptelas universitarias y que ahora pretende 
beneficiarse de una resolución rectoral evidentemente concebida para 
ganar votos para las próximas elecciones al rectorado. Son éstos los 
sinvergüenzas que inspiran indignación, porque se escudan detrás de los 
que se han sometido a algún tipo de evaluación, o simplemente acuden a 
las leyes laborales. 
En otras palabras nos dicen: “Aunque no haya dado 
examen, aunque sea un mediocre, la ley laboral me protege” Pero
 para colmo de males, quienes encabezan la lucha porque los docentes 
rindan exámenes son un grupículo de estudiantes eternos, dirigentes 
crónicos y vándalos consuetudinarios, que ambicionan gobernar la 
universidad, ser rectores (o co-rectores) y administrar sus recursos. Es
 decir que su lucha no apunta a la excelencia académica, sino a 
incrementar su poder y su acceso al presupuesto universitario.
Se
 creen revolucionarios porque predican la dialéctica marxista como 
fanáticos religiosos, y se miran a sí mismos como unos héroes por saber 
usar dinamita, destruir y golpear en nombre de la revolución socialista 
(nunca voy a olvidar cuando me dijeron que la “violencia revolucionaria”
 era buena, a diferencia de la “violencia reaccionaria”), pero en 
realidad, si tienen que refugiarse en la universidad, es porque son unos
 mediocres, incapaces o vividores.
La crisis de la 
universidad es cada vez más profunda y en lugar de plantear soluciones 
aquí estamos, entre la espada y la pared, entre el cáncer y el sida, a 
punto de ser asesinados por alien o por depredador…  es decir, sin 
salida.
El autor es politólogo.
 
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