Johannes Aira,jugando ajedrez con los aficionados en plaza 24 de sept. SC |
Santa Cruz de la Sierra, pobre y alejada, capital de uno de los cinco departamentos con que nacería Bolivia, se ha convertido con el paso del tiempo en una importante metrópoli, poblada por cerca de dos millones de almas, muchas de las cuales han llegado desde los más diversos lugares del país. Verdadero generador de oportunidades y de trabajo, el departamento cruceño y su principal ciudad, albergue y seguridad para la gente emprendedora, es hoy la región que más alimentos produce para el consumo interno y la exportación y la que más industrias ha creado. Una mirada a la Fexpo actual confirma el empuje cruceño y nacional ante los ojos de quienes la visitan, mostrando una imagen distinta a la deficiente visión que se tiene sobre lo que es nuestro país.
Santa Cruz vive intensamente, hay movimientos en sus calles y caminos, su comercio impresiona y sus campos están en plena producción. Las diversas expresiones artísticas y culturales entusiasman a sus habitantes. La ciudad entera es un conglomerado que busca afanosamente su bienestar y superación. La modernidad muestra una cara de innegable progreso, pero, como toda urbe en crecimiento, cuando falta la autoridad, enseña también el desorden, la suciedad, los excesos de la diversión, y lamentablemente esto ha llegado asociado con el crimen en sus diversas formas: padecemos de ajustes de cuentas callejeros, violaciones, robos y secuestros, que son difíciles de erradicar.
Es absolutamente cierto que algunos migrantes del occidente como también extranjeros han llegado a nuestra ciudad y departamento a delinquir. No todo es ejemplar en Santa Cruz. Hay falta de respeto y consideración que se ve en el maltrato a la ciudad. Y que se puede observar en el área rural, donde las ocupaciones de tierras no son otra cosa que el asalto a la propiedad privada. Las autoridades están obligadas a proteger y hacer respetar a todos quienes viven en esta querida ciudad para que su transcurrir sea cada vez más feliz .
Consejo Editorial: Pedro F. Rivero Jordán, Juan Carlos Rivero Jordán, Tuffí Aré Vázquez, Lupe Cajías, Agustín Saavedra Weise y Percy Áñez Rivero
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