La presentación pública, el pasado lunes, de la remodelación del muy antiguo y emblemático reloj que corona la cúpula del edificio del Congreso, en la plaza Murillo, ha sido recibida con las más diversas reacciones. Desde la admiración de quienes ven en los actos del Gobierno actual claras muestras de una sabiduría milenaria, hasta las crueles burlas de quienes ven exactamente lo contrario, pasando por la sorpresa, el desconcierto y el escepticismo, han sido muchas las reacciones.
Desde el punto de vista del efecto mediático, el resultado de la decisión gubernamental parece inapelable. Los principales diarios e informativos del mundo han destacado el tema, aunque no siempre en términos muy respetuosos, pero le han dado una importancia inusual. Tanto que, según varias evaluaciones, el “Reloj del Sud” ha tenido mucho más éxito mediático que la tan publicitada “Cumbre del G-77 + China”, la que pasó completamente desapercibida.
En medio de tan diversas repercusiones, hay un dato que sin duda llama mucho la atención. Es que, a diferencia de otros asuntos, la iniciativa “descolonizadora” no ha recibido ningún apoyo de los medios estatales ni de los voceros oficiales y oficiosos.
Aparentemente, el Canciller y los dos o tres legisladores que salieron a la palestra pública para defender la iniciativa han sido dejados solos en la campaña, lo que, de ser así, condenaría al “contrarreloj” a no dejar más huella que la que cabe en el ya abundante anecdotario nacional.
Mientras tanto, fuentes oficiales de la Cancillería han anunciado que el próximo paso será la adopción del calendario lunar de 28 días.
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