Que se argumente que el asesino haya estado borracho al momento de liquidar
a su pareja con doce puñaladas, en este momento es irrelevante. Que la víctima
sea periodista de una importante cadena de televisión, es casual. La víctima
era una joven mujer, trabajadora, querida
y respetada y según testimonian todas las personas con quienes interactuaba, era una madre dedicada que
evidenciaba en cada momento de sus días, que su razón de existir era su hijo Carlitos,
de cinco años de edad.
El hecho de que el asesino sea policía es relevante, pues demuestra que los
machistas violentos supuestos amos de las mujeres, se exacerban porque creen
que su gran poder radica en su uniforme. Ellos son los únicos autorizados a ejercer
violencia en un supuesto cumplimiento de su deber. Su misma formación, los
exime de pensar que ejercer esa violencia no es consustancial a cada momento de
su vida. Esto quedó demostrado en la marcha de cientos de mujeres y hombres que
fueron gasificados por los uniformados por sólo intentar ingresar al centro del
poder político exigiendo justicia y la pena máxima para el asesino. Justo ellos
y justo ahora. Quién será el subnormal que pudo siquiera pensar en cerrar el
paso a una población que clamaba por justicia y necesitaba expresar su dolor,
su impotencia y su frustración. La excusa a esa represión, era evitar que los políticos
(de oposición) aprovecharan el momento. En este contexto, no logro definir qué
hacían entonces todas las mujeres del Poder descendiendo por un momento de sus
altos sitiales. ¿Política también? ¿Será que por una maldita vez pueden dejar
de pensar sólo en ellos?
Todos exigimos justicia tanto para Hanalía Huaycho como para todas las
otras mujeres, anónimas, que sufren un destino similar. El hecho de que Hanalía
haya sido periodista, ayuda -si vale el término- para sacudirnos de la abúlica
comodidad con la que estamos aceptando las delirantes cifras de violencia que
nos están carcomiendo. Sacudir también a los congresistas que las leyes sean de
tolerancia cero a la consistente violencia de la que son víctimas las mujeres y
que tienen tanta importancia como aquéllas cuya promulgación es motivo de libaciones,
danzas y alabanzas.
Vivimos rodeados de maltratos físicos y psicológicos. Todos somos mudos y
lo que es peor, indiferentes testigos de violencia cotidiana, constante. Asesinatos por diez pesos. Niños maltratados
por cualquier causa. Demenciales cifras de ultrajes domésticos. Consumo
incontrolable de alcohol. Y un país productor de droga, señores, es un país
consumidor sin atenuante de ningún tipo.
Sí, todos queremos ver al asesino en la cárcel y ojalá no salga nunca más. Pero
hay algo que ninguna ley podrá remediar: la tragedia de Carlitos y por su intermedio,
de los cientos de Carlitos que son testigos contantes del maltrato del que son
víctimas sus madres y de cuyas vidas y futuros no sabemos nada pero que podemos
temer.
Carlitos, es el pequeño hijo de Hanalía, convertido de pronto y para
siempre en una sombra doliente. Este niño ha sido testigo del ataque, sus
gritos son los que rompieron la noche y pusieron fin al ensañamiento. Sus
manitas manchadas con la sangre de su propia mamá a la que trató de defender y
que se extendieron por su alma y su corazón, son manchas que nadie podrá borrar
jamás. Son esos gritos y son esas manchas de las que no logro
sobreponerme. Qué hacer con un niño de
cinco años que sufre un indecible dolor y que ante la magnitud del trauma vivido
en esa edad de inocencia y para quien la madre es la medida del mundo y lo representa
todo. Cómo se puede hacer para que Carlitos comprenda que él debe continuar
viviendo pese a su experiencia a los cinco años de edad.
La Defensoría del Niño ¿qué puede
hacer ya? Quien puede tener la capacidad de eliminar la visión de esos ojos, de
esos oídos que ha marcado su vida para siempre. Por qué Hanalía no tuvo el
chance de ser escuchada y socorrida a tiempo para saber que los arranques
violentos de su compañero serían siempre reincidentes y que sus vidas corrían
peligro.
Por qué las mujeres no están informadas de que un ser violento que golpea,
que humilla, que se arrepiente y reincide, jamás cambia y que en las
circunstancias propicias, puede convertirse en un monstruo capaz de extremos
como éste. Nuestra sociedad es solidaria y así lo demuestra constantemente en
las campañas públicas de auxilio que recaudan importantes sumas de dinero y que
salvan muchas vidas.
Pero, hay que decirle a esa sociedad, que debe exigir paralelamente a la
promulgación de leyes y sanciones, refugios donde una mujer pueda acudir en
cualquier momento en compañía de sus hijos y recibir auxilio material, psicológico
y protección legal. Necesitamos servicios de emergencia de prevención. Necesitamos
lugares donde las mujeres golpeadas y amenazadas puedan resguardar sus vidas y
la de sus niños. Y un Estado que mediante las instituciones que consagra la
Constitución, sea protector y haga suya la causa en la que deben invertir
importantes recursos.
Y necesitamos aprender a identificar las señales de alarma. Un buen padre,
no es aquel que juega y compra juguetes. Un buen padre es aquel que no maltrata
a la madre de sus hijos. El que jamás utiliza a sus niños como arma de extorsión
y maltrato psicológico y es el llamado a protegerlos siempre, bajo cualquier
circunstancia.
Ojalá exista la magia a la que podamos apelar para alivianar la
inconmensurable piedra que le debe estar pesando a Carlitos en su corazón
chiquito y para enjugar sus lágrimas por las que seguramente en este momento,
se le está fugando el alma.
Karen Arauz
1 comentario:
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Gracias. Un saludo,
Liliana.
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