Por el despeñadero
Marcelo Rivero
Duele, como en Bolivia, lo que está pasando en Venezuela a raíz de la calamitosa gestión administrativa de Hugo Chávez, empecinado en imponer su revolución bolivariana que no es otra cosa que una feroz tiranía en la que ya nada es posible sin su venia, al estilo del comunismo caído en desgracia en el mundo entero, excepto en otra víctima del extremismo: Cuba. En la patria del libertador se están viviendo jornadas de angustia, de muerte, de desabastecimiento de cosas esenciales, de privación de derechos humanos elementales, no digamos a opinar y a gritar verdades porque esto ya fue conculcado hace tiempo, sino a renunciar (‘a mí nadie me renuncia’ había dicho el gorila), aunque no han faltado altas autoridades que lo han desafiado en los últimos días con sus dimisiones, como el vicepresidente, ministros y el presidente del banco estatal.
En horas recientes otros personajes que acompañaron al dictador en los comienzos de su gobierno -cuando todo era bajo el ideal de vencer el subdesarrollo, eliminar las injusticias sociales y reivindicar la equidad-, frente al desvío de estos nobles objetivos, están pidiendo que renuncie porque en lugar de disminuir la pobreza aumentó, porque la economía vive una crisis como nunca antes la hubo, con una devaluación monetaria y una inflación que nada ha dejado sin trastornar, eso y mucho más en medio de una corrupción escandalosa en muy diversos niveles del oficialismo. ¡Todo este desbarajuste en la quinta potencia petrolera del mundo!
Pero claro, el individuo se guía por instintos, es odiador y resentido, se cree el César de los nuevos tiempos, encima se las da de creador del nuevo socialismo, haciendo del arte de gobernar un puchero imposible de digerir porque lleva esos condimentos repulsivos del abuso, de la prepotencia, de la arbitrariedad, de la demagogia. Nada, absolutamente nada, de lo que vale en política, que engrandece a los pueblos y que hasta da prestigio personal: inteligencia, prudencia, rectitud, idoneidad, tolerancia, vocación democrática, firmeza (que no es precisamente sinónimo de intransigencia ni de fanatismo).
A estas alturas del partido, merced a los multimillonarios ingresos que le proporciona su abundante riqueza hidrocarburífera, Venezuela debería estar entre las naciones desarrolladas del mundo o muy próxima a éstas. Pero no obstante sus suelos fértiles, tan extensos como los de pastoreo, es poco menos que país monoproductor (siempre el petróleo), casi todo lo tiene que importar para medio llenar los estómagos.
Estómagos que están ahítos de ‘revolución bolivariana’, de despilfarro, de racionamientos, de atropello a las libertades ciudadanas, de amedrentamiento, de privación del derecho de informar, por último de las alucinaciones de un dios de barro. ¡Y pensar que en Bolivia otro ‘iluminado’ nos está llevando por el despeñadero! A no dudar que el porrazo será fatal porque somos más yescas, no tenemos petróleo y el gas lo quieren sólo por cuentagotas, fuera de que está más hondo y de que nos dimos el lujo de despreciar los grandes mercados.
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