La capacidad de confrontación de las autoridades de gobierno está llegando nuevamente a extremos. En un juego malintencionado entre exaltación nacionalista, socialismo dieciochesco y religiosidad primitiva, posiciones usadas de acuerdo a la ocasión, intentan crear un imaginario de cambio que a estas alturas de la gestión sólo tiene cabida en tributarios de una mentalidad occidental culpabilizada.
Ahora se les ha dado por formar en algunas normales profesores de una supuesta religión andina, con claro tinte estatal, que aparentemente sólo servirá para solaz de quienes quieren repetir la experiencia robespierriana de la etapa más corta y más cruel de la Revolución Francesa. Y sirven para el efecto los áulicos ex marxistas –directos asesores de los funcionarios de gobierno- que gozando de los beneficios del poder ahora dicen haberse convertido en adoradores de las divinidades primitivas.
Vaya y pase si asumen esa posición como una opción individual, pero tratar de forzar una religión de Estado sobre aquellas creaciones no pasa de ser un nuevo intento de eliminar cualquier obstáculo en el mediano plazo a su proyecto de alcanzar el control total de la sociedad que muchos de ellos persiguen.
Esta nueva arremetida del poder estatal en contra de valores ciudadanos democráticos, empero, muestra importantes debilidades en la gestión. Si algo ha caracterizado a este gobierno es que aumenta sus agresiones en momentos en que se siente débil. Y ahora es el turno de la Iglesia... Pero no deberían olvidar que ésta tiene más de 2.000 años de existencia, mientras que el actual gobierno está en funciones sólo poco más de cuatro años.
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