Bolivia está siendo sacudida por una serie de problemas. La violencia desatada en instalaciones militares y policiales, por un lado, el creciente narcotráfico y el aumento inconmensurable de las plantaciones por otros, y las actitudes antidemocráticas de los órganos del Estado, por otro.
Mientras esto sucede, inquietando a una sociedad que se va decepcionando poco a poco del Gobierno en el que confió que cambiaría aquel Estado corrupto y abusivo de varios de sus antecesores, se descubren nuevos yacimientos de minerales con alto valor en los mercados que podrían revertir el estado de miseria en el que vive la mayoría de los bolivianos.
Sin embargo, la falta de gestión administrativa eficiente hace que sigamos siendo, ahora más que nunca, mendigos sentados en sillas de oro, mientras el Gobierno se dedica a hacer sólo política de aquella que afecta a los derechos humanos, a las libertades, que somete a la prensa a las más oprobiosas prácticas de la censura y la autocensura y que le amputa al ser humano su derecho no sólo a expresarse, sino a pensar y generar ideas.
Es cierto que ha bajado el índice de miseria y pobreza, pero se debe, sobre todo, a los altos ingresos del Estado por los excelentes precios que adquirieron las materias primas en los mercados internacionales como producto de la alta demanda de China e India. Especialmente del primero de los nombrados que, después de una severa política estatista, se abrió a los capitales extranjeros que permitieran un desarrollo que estaba frenado por un maoísmo recalcitrante.
En China no hay libertad, pero llegará tarde o temprano. La designación como Premio Nobel de la Paz del inclaudicable defensor chino de los derechos humanos, de la libertad de expresión y de prensa, como es Liu Xiaobo, encarcelado desde hace más de una década, puede ser una ventana por la que entren los aires de libertad.
En cambio, en Bolivia empiezan a cerrarse las amplias puertas de la libertad, abiertas de par en par hace apenas 28 años, cuando el pueblo acabó con las tiranías militares. Una ideología totalitaria, que llegó al poder usando el camino de la democracia, se ha extendido por todos los ahora llamados órganos del Estado Plurinacional, que genera y aplica leyes para someter al pueblo y arrebatarle sus libertades.
Pero el Gobierno está a tiempo de corregir errores y encauzar su marcha hacia las expectativas que había generado en el pueblo. Todavía puede recuperar el tiempo perdido y restaurar la democracia que empieza a descomponerse.
Para ello deberá empezar por darse cuenta de que debe anular dos artículos de la Ley Contra el Racismo y Toda Forma de Discriminación, corregir la Ley de Régimen Electoral y todas aquellas que se oponen a la misma Constitución Política del Estado y que se generaron desde el propio Gobierno, respetar la independencia de poderes y hacer que los supuestos delitos se juzguen allá donde fueron cometidos. Debería cumplir sus promesas, restablecer la presunción de inocencia y adecuarse a principios jurídicos universales y dedicarse a impulsar la explotación e industrialización de las ricas materias primas que tiene el país.
Mientras esto sucede, inquietando a una sociedad que se va decepcionando poco a poco del Gobierno en el que confió que cambiaría aquel Estado corrupto y abusivo de varios de sus antecesores, se descubren nuevos yacimientos de minerales con alto valor en los mercados que podrían revertir el estado de miseria en el que vive la mayoría de los bolivianos.
Sin embargo, la falta de gestión administrativa eficiente hace que sigamos siendo, ahora más que nunca, mendigos sentados en sillas de oro, mientras el Gobierno se dedica a hacer sólo política de aquella que afecta a los derechos humanos, a las libertades, que somete a la prensa a las más oprobiosas prácticas de la censura y la autocensura y que le amputa al ser humano su derecho no sólo a expresarse, sino a pensar y generar ideas.
Es cierto que ha bajado el índice de miseria y pobreza, pero se debe, sobre todo, a los altos ingresos del Estado por los excelentes precios que adquirieron las materias primas en los mercados internacionales como producto de la alta demanda de China e India. Especialmente del primero de los nombrados que, después de una severa política estatista, se abrió a los capitales extranjeros que permitieran un desarrollo que estaba frenado por un maoísmo recalcitrante.
En China no hay libertad, pero llegará tarde o temprano. La designación como Premio Nobel de la Paz del inclaudicable defensor chino de los derechos humanos, de la libertad de expresión y de prensa, como es Liu Xiaobo, encarcelado desde hace más de una década, puede ser una ventana por la que entren los aires de libertad.
En cambio, en Bolivia empiezan a cerrarse las amplias puertas de la libertad, abiertas de par en par hace apenas 28 años, cuando el pueblo acabó con las tiranías militares. Una ideología totalitaria, que llegó al poder usando el camino de la democracia, se ha extendido por todos los ahora llamados órganos del Estado Plurinacional, que genera y aplica leyes para someter al pueblo y arrebatarle sus libertades.
Pero el Gobierno está a tiempo de corregir errores y encauzar su marcha hacia las expectativas que había generado en el pueblo. Todavía puede recuperar el tiempo perdido y restaurar la democracia que empieza a descomponerse.
Para ello deberá empezar por darse cuenta de que debe anular dos artículos de la Ley Contra el Racismo y Toda Forma de Discriminación, corregir la Ley de Régimen Electoral y todas aquellas que se oponen a la misma Constitución Política del Estado y que se generaron desde el propio Gobierno, respetar la independencia de poderes y hacer que los supuestos delitos se juzguen allá donde fueron cometidos. Debería cumplir sus promesas, restablecer la presunción de inocencia y adecuarse a principios jurídicos universales y dedicarse a impulsar la explotación e industrialización de las ricas materias primas que tiene el país.
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