A no ser en boca de sus adherentes que, hay que reconocerlo, son muchos, el nombre del Presidente de la República se pronuncia, casi invariablemente, acompañado de oprobios, por lo general todos ellos de muy grueso calibre.
Curiosa y rápida variante la que se ha dado en el tratamiento verbal y personal del jefe del Estado. No hay que olvidar que con el sufragio de hasta los más conservadores ciudadanos, el Presidente de la República accedió a la magistratura suprema como instrumento seguro para el cambio, entendido el tal cambio en sentido del bienestar común y del país en la amplitud de su extensión.
Pero ni siquiera por honrar el sufragio que lo ungió Presidente, Evo Morales encaminó sus pasos hacia la búsqueda del bien común que de él se esperaba en medio de enorme expectativa. Por el contrario, de manera gratuita descargó un torpe y despiadado garrotazo que hizo impacto ruidoso en las esperanzas respetables de regiones a las que aludió como madriguera de explotadores, oligarcas y separatistas, entre ellas, muy directamente, a la nuestra. Lo de funcionar en procura del bien fue sólo una engañosa propuesta y como tal, carente de manifestaciones por lo menos en lo concerniente a nuestras regiones.
Porque más preocupado estuvo siempre el gobernante de manejarse como tocado por la providencia de sus males atávicos, escaso, intrascendente fue el resultado de su accionar en bien de las regiones y de sus pobladores. Como terrenal gobernante, dicho sea de modo más directo, poco hizo para encarar problemas de pobreza, de educación, de salud, entre otros, que fueron y siguen siendo crónicos. Más estuvo pendiente y a expensas de rencillas grupales, de enconos políticos varios, tomando partido sin cuidar la equidad y granjeándose con estas actitudes anticuerpos de apreciable volumen, a causa de los cuales, hasta su presencia en ciertas regiones no era aceptada.
Los gobernantes, según regla universal, están llamados a contemporizar si acaso aspiran a ser aceptados y luego recordados sin sombras en las páginas de la historia. De tal regla universal, poco o nada se sirvió el actual Jefe del Estado que, en cambio, se valió del oprobio para replicar a los que enjuiciaban su labor con cierta severidad, a los que le pedían cuentas por pequeños, medianos y hasta grandes desbordes y fallas a la par. Oprobio que le llegaba, oprobio que devolvía u oprobio que lanzaba inicialmente con esa apariencia endiosada con que solía y suele siempre dar la cara.
En el corro en que su voz es la única que cuenta y en que lleva implícita la fuerza de una orden de mando que hay que acatar sí o sí, se encargan de dar forma supuestamente legal a su voluntad omnímoda. Los reparos públicos que esta forma de atropellar la convivencia en paz y legítima generan, le resbalan. Y si no le resbalan, pues allí está expedito el recurso del oprobio hecho a la medida de cada cual. (Editorial de El Deber, SC, Bolivia)
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