Venezuela, en manos de un dictador
Como ha demostrado Maduro con la ruptura del orden constitucional, el proyecto revolucionario del chavismo no era más que una carretera de dirección única hacia el totalitarismo.
Como oportunamente denuncia en ABC Mitzy Capriles, esposa del dirigente opositor Antonio Ledezma, a Nicolás Maduro no le queda ya más argumento que la fuerza, es decir, la cruda represión contra la inmensa mayoría de los ciudadanos de Venezuela, que han hecho todo lo posible -dentro de los estrechos márgenes que les dejaba la dictadura- para reclamar pacíficamente sus ideas. Después de la ruptura del orden constitucional, el dictador no tiene defensa posible.
Las palabras de condena y de rechazo del mundo entero contra sus intentos de subvertir la legalidad para aferrarse cínicamente al poder no son sino la constatación de lo que los venezolanos llevan denunciando y padeciendo desde hace más de una década. El chavismo, el socialismo bolivariano, o como quiera que se llame el proyecto revolucionario que se ha estado perpetrando allí, no era más que una carretera de dirección única hacia el totalitarismo.
Causa sonrojo que incluso en estas circunstancias haya en España líderes políticos que puedan exponer libremente sus ideas bajo el cobijo de la democracia y que sigan defendiendo -o se abstengan de condenar, que en este caso es lo mismo- a una dictadura que ha asesinado ya a más de un centenar de personas y que desoye el clamor de los venezolanos, pidiendo libertad. Las dádivas que recibieron del chavismo revolucionario para ayudarles a construir una fuerza política deben de hacerles sentir incómodos en estos momentos, en los que se ha puesto de manifiesto, sin ningún disfraz, de qué trataba la utopía que ha arruinado uno de los países más ricos del mundo y que en sus estertores se resume en el patético escenario de un dictador empeñado en mantenerse en el poder por la fuerza, aplastando a los ciudadanos y deteniendo a los líderes opositores.
Los que intentan establecer una torpe equidistancia con los gobiernos que antecedieron al chavismo no tienen más que contemplar el escenario devastador de un país cuya economía ha sido consumida por una fiebre corrupta mil veces más perversa que la registrada en los peores tiempos del régimen anterior. Y ante los que insisten en advertir de que las sanciones no tendrán ningún efecto que no sea perjudicar a los ciudadanos, cabe recordar que lo que piden los manifestantes no es solo libertad, sino también comida y bienes de consumo básicos, que han desaparecido del comercio, y no a causa de las sanciones, sino de la catastrófica gestión de Maduro y sus cómplices. No hay tiempo que perder, porque el tirano ha demostrado que está dispuesto a cualquier cosa para mantenerse en el poder y eso significa que asesinará a más personas. El mundo debe hacer todo lo posible para acabar cuanto antes con Maduro.
Las palabras de condena y de rechazo del mundo entero contra sus intentos de subvertir la legalidad para aferrarse cínicamente al poder no son sino la constatación de lo que los venezolanos llevan denunciando y padeciendo desde hace más de una década. El chavismo, el socialismo bolivariano, o como quiera que se llame el proyecto revolucionario que se ha estado perpetrando allí, no era más que una carretera de dirección única hacia el totalitarismo.
Causa sonrojo que incluso en estas circunstancias haya en España líderes políticos que puedan exponer libremente sus ideas bajo el cobijo de la democracia y que sigan defendiendo -o se abstengan de condenar, que en este caso es lo mismo- a una dictadura que ha asesinado ya a más de un centenar de personas y que desoye el clamor de los venezolanos, pidiendo libertad. Las dádivas que recibieron del chavismo revolucionario para ayudarles a construir una fuerza política deben de hacerles sentir incómodos en estos momentos, en los que se ha puesto de manifiesto, sin ningún disfraz, de qué trataba la utopía que ha arruinado uno de los países más ricos del mundo y que en sus estertores se resume en el patético escenario de un dictador empeñado en mantenerse en el poder por la fuerza, aplastando a los ciudadanos y deteniendo a los líderes opositores.
Los que intentan establecer una torpe equidistancia con los gobiernos que antecedieron al chavismo no tienen más que contemplar el escenario devastador de un país cuya economía ha sido consumida por una fiebre corrupta mil veces más perversa que la registrada en los peores tiempos del régimen anterior. Y ante los que insisten en advertir de que las sanciones no tendrán ningún efecto que no sea perjudicar a los ciudadanos, cabe recordar que lo que piden los manifestantes no es solo libertad, sino también comida y bienes de consumo básicos, que han desaparecido del comercio, y no a causa de las sanciones, sino de la catastrófica gestión de Maduro y sus cómplices. No hay tiempo que perder, porque el tirano ha demostrado que está dispuesto a cualquier cosa para mantenerse en el poder y eso significa que asesinará a más personas. El mundo debe hacer todo lo posible para acabar cuanto antes con Maduro.
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