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domingo, 24 de julio de 2016

qué diferente lenguaje. mientras Evo "de un plumazo pretende descalificar al General Prado", Carlos Mesa pone énfasis en el hecho histórico, presenta las cosas tal cual y oh nobleza! juzga al soldado como lo que es, leal a su Patria, consecuente con su institución, seguidor y defensot de la Patria. el uno rastrero, pendenciero y odiador, el otro altruísta, equilibrado, pundonoso, justo. así el ciudadano sabrá juzgar entre uno y otro, sobre Gary Prado.

"¡Asesino del Che!”. La frase lapidaria pretende resumir y descalificar de un plumazo la complejidad de un periodo y una persona, claves de nuestra historia contemporánea.

 El 8 de octubre de 1967 el Che libró su último combate en la quebrada del Yuro (Churo). Era una inmolación. Ya desfalleciente y sin opción alguna estaba acompañado de unos pocos guerrilleros en desbandada. El entonces el capitán Gary Prado Salmón comandaba la compañía que lo enfrentó y lo derrotó. Prado capturó al jefe guerrillero y a sus camaradas, Guevara estaba vivo pero herido. Lo  trasladó a La Higuera y, como correspondía a su rango militar y a la subordinación a sus superiores, lo entregó vivo a los responsables de la División que tenía bajo su responsabilidad las operaciones en la zona. Guevara fue ejecutado al día siguiente por el suboficial Mario Terán.

 Empecemos por decir que la total responsabilidad de la muerte de Ernesto Guevara les corresponde a quienes tomaron la decisión: al Presidente, René Barrientos Ortuño; al comandante de las Fuerzas Armadas, general Alfredo Ovando Candia, y al jefe de Estado Mayor General, general Juan José Torres Gonzáles.

 Sobre los hechos hay consideraciones que hacer en torno a la acción del Ejército de Bolivia y en particular a la del capitán Prado. Las Fuerzas Armadas cumplieron su obligación constitucional (no es ocioso recordar que Barrientos era en ese momento Presidente constitucional, elegido con el 67% de los votos en 1966) de defender el territorio y la soberanía nacional ante la presencia de un grupo armado, integrado por extranjeros y bolivianos, cuyo objetivo era la toma del poder y el control político y militar del país. Completaron exitosamente su objetivo y derrotaron a la guerrilla del Che. El sangriento corolario de esa operación fue la decisión política de matar al Che sobre la premisa de que mantenerlo con vida complicaba el manejo internacional de la cuestión, dada la relevancia mundial de Guevara.

 El capitán Prado, como oficial de nuestro Ejército, cumplió su deber al enfrentar y capturar a una de las figuras más importantes de América Latina en el siglo XX. Su actuación no sólo merece respeto sino admiración. En cualquier país sería considerado como un héroe nacional.

 Quienes creyeron que el Che representaba los más altos valores revolucionarios y encarnaba la idealizada imagen del hombre nuevo tienen derecho, tanto dentro como fuera de Bolivia, de considerar que la acción del gobierno de Barrientos y la de nuestras Fuerzas Armadas, con el asesoramiento militar de Estados Unidos y la participación directa de la CIA, debe ser acremente censurada. Ni qué decir de la decisión de los tres generales de la cúpula político-militar del país de ejecutar fríamente a un prisionero herido.

 La pregunta ante este dilema es muy simple: ¿Qué haría hoy un presidente boliviano ante la presencia de un contingente guerrillero cuyo objetivo es la toma del poder por las armas? ¿Consideraría sus móviles ideológicos y la mayor o menor justeza de sus demandas para decidir si se enfrenta ese contingente o no? Para un oficial de las Fuerzas Armadas,  ¿el respeto por el enemigo y su causa lo eximen de su obligación de soldado de combatirlo y derrotarlo?

 Es tiempo de terminar con la retórica fácil a casi medio siglo de un hecho que nos marcó a todos y colocar las cosas en su exacto lugar. El Gobierno y el ejército hicieron lo que tenían que hacer y derrotaron a la guerrilla, lo que era su objetivo y su obligación. El Che fue asesinado y esa decisión que puede explicarse es injustificable, pero aún recordando que admiré profundamente a Ernesto Guevara y como el  adolescente que era entonces me conmovió hondamente su muerte (vivíamos tiempos en que la teología de la liberación hacia una cierta identificación del Che con Cristo), debo distinguir mis ideas personales de la razón de Estado. Censuro el asesinato, por supuesto, pero reconozco que el Ejército de Bolivia –como diría Marzana- cumplió con su deber. 

 Gary Prado, por ello, merece todo mi respeto, pero no sólo por lo que hizo en 1967, sino porque fue un destacado oficial institucionalista que se enfrentó a la dictadura de Banzer y que promovió el retorno a la democracia. Prado, junto a otros jóvenes oficiales, formó parte del gobierno del general David Padilla que derrocó a Juan Pereda con un solo objetivo que cumplió: convocar inmediatamente a elecciones (que se realizaron en junio de 1979) y entregar del poder a un presidente civil. El 8 de agosto le colocó en el pecho la medalla presidencial a Walter Guevara Arce. 

 Pero el general Prado ha tenido también tiempo para la labor intelectual. Ha escrito dos libros imprescindibles. El primero, La guerrilla inmolada, que es el mejor libro desde la perspectiva militar boliviana sobre la aventura del Che. Equilibrado, respetuoso y muy claro, permite entender el fracaso del "condottiero del siglo XX” en Bolivia. El segundo, Poder y Fuerzas Armadas, es un lúcido trabajo sobre el rol y la estructura de las Fuerzas Armadas en la segunda mitad del siglo XX. Muchas de sus reflexiones tienen plena actualidad hoy.

 Gary Prado es, no me cabe la menor duda, un ser humano digno, un militar de honor y un ciudadano al que el país le debe mucho.
 
Carlos D. Mesa Gisbert fue presidente de Bolivia.
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