Seguramente lo hemos repetido muchas veces, pero lo seguiremos repitiendo, en sentido de que Bolivia, como la mayoría de las naciones del mundo, requiere de prudencia y recato en sus relaciones diplomáticas. La diplomacia tiene reglas de comportamiento establecidas, normas escritas que jamás deben pasarse por alto a riesgo de figurar en el concierto internacional como país inculto y áspero. Además, el sentido común señala los caminos de comportamiento que se deben utilizar en cada situación determinada.
Esto viene al caso por las equivocadas actuaciones, reiteradas una y otra vez, que ha lucido nuestra política exterior en el transcurso de la última década. No significa en modo alguno que antes todo hubiera sido impecable. Por supuesto que los fracasos abundaron con anterioridad, pero, además de improvisaciones propias de una falta de coherencia, se debieron más a nuestra debilidad como nación. Las naciones débiles tienen dificultades en sus relaciones con las poderosas, por eso, precisamente, requieren de lo único que las puede defender, igualar incluso, y eso es un buen manejo de la política internacional. Últimamente, Bolivia acertó en su reclamo a Chile de retorno al mar con su demanda ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya. Todo el país reconoció que se había dado un paso necesario y prudente. Nuestro vecino del Pacífico no se sintió cómodo y se sorprendió al ser demandado. Pero por cuestiones ajenas a nuestro reclamo marítimo –el Silala, el Lauca y el transporte pesado– el presidente y los más altos miembros del Gobierno han caído en un juego de provocaciones e insultos que no nos favorecen. Es cierto que en Chile las reacciones han sido igualmente torpes, pero quien pierde más es Bolivia.
A tal absurdo se ha llegado que, luego de un intercambio de desmedidas acusaciones, cuando parecía que se iban a romper hasta los vínculo consulares y comerciales con Chile luego del extraño viaje a Arica y Antofagasta del canciller y su comitiva, el presidente pide dialogar con La Moneda. Por supuesto que no vamos a criticar ese pedido de diálogo, sino que lo criticable es que no se hubiera pensado conversar antes del intercambio de tanto infundio.
El mal ya está hecho y veremos cómo se resuelve el problema. Ahora lo que preocupa es que no se repitan tantos gafes y que las relaciones, por lo menos con los vecinos y EEUU, mejoren. Por ejemplo, la ausencia del presidente a la transmisión del mando en Perú, atribuida a su lesión, no ha convencido mucho.
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