La escasez de agua que está sufriendo Cochabamba ha motivado que se organicen eventos, cumbres, reuniones, congresos y otros para la discusión de propuestas y la búsqueda de soluciones. Así, la pasada semana hemos visto por lo menos cuatro eventos diferentes de sectores organizados con esta pretensión y las próximas semanas habrá otros más, al margen de acciones como la propuesta del Comité Cívico para realizar una caravana para presionar la ejecución del proyecto de trasvase de las aguas de Corani.
Estas movilizaciones se explican no sólo porque la “crisis hídrica” es una de las peores en los últimos años. También porque el agua es un elemento constante en el discurso político de la región desde hace muchísimo tiempo. Por esta razón prácticamente todos los posibles candidatos a alguna función pública (en particular Alcaldía o Gobernación) necesitan decir algo sobre la problemática del agua, para ser considerados dignos de respaldo. De esta forma el planteamiento de alternativas de solución a la escasez de agua se ha convertido en una disputa política, ya que quien consiga resolver “la situación del agua” tendrá garantizada su carrera política.
Sin embargo, en la competencia que existe para encontrar “la solución” definitiva se viene tropezando con las mismas limitaciones. En primer lugar, todas las propuestas surgidas están basadas en un enfoque de oferta. Es decir, en traer más agua sin importar de dónde sea, ni el costo que implique y menos los efectos socio-ambientales negativos que se ocasionen. Cualquier propuesta que vaya en sentido de ver más bien la gestión de la demanda y con medidas que eficienticen el uso, vayan más por la reducción de los consumos dispendiosos y del derroche o que promuevan la protección y preservación de las fuentes de agua, es recibida en el mejor de los casos con escepticismo y en el peor con rechazo. Aún no se comprende plenamente que existen límites ecológicos que no es posible cruzar sin consecuencias, pero también los sectores que esperan beneficiarse de las millonarias inversiones en nuevos “megaproyectos” no están dispuestos a ceder por alternativas menos costosas y más simples tecnológicamente.
En segundo lugar, se maneja el discurso de la escasez y sus efectos como algo que afecta por igual a toda la población, sin considerar las diferencias que existen en el acceso al agua en la ciudad y en el Departamento, donde la carestía es más sentida por unos que por otros. Es decir que todavía no se analiza la complejidad de la problemática en toda su dimensión y menos aún las situaciones de inequidad que persisten.
Finalmente, en la disputa que existe entre diferentes sectores y las propuestas que éstos plantean, lo menos importante es el agua, cómo hacer más equitativo su acceso y más sustentable su gestión. El interés que predomina es principalmente sobre los beneficios políticos que se obtiene y cómo utilizar la “crisis hídrica” como medio para lograrlos.
Ante esta situación los ciudadanos de a pie podemos seguir participando de foros y eventos para analizar desde todos los ángulos la problemática que se enfrenta o podemos esperar a que alguien resuelva la situación —el Gobierno, las instituciones, la cooperación internacional, etc.— o tal vez podríamos también comenzar a realizar algunos cambios, individuales y colectivos, pequeños al principio pero que sumados pueden significar una transformación mayor. Después de casi 20 años, desde la “Guerra del Agua”, el desafío ya no es vencer el poder de una transnacional extranjera sino encontrar el poder de nuestra capacidad de acción autónoma para transformar la situación individual y colectivamente, ¿estamos dispuestos a hacerlo?
La autora es investigadora del Centro AGUA - UMSS
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