Un analista afirmaba el domingo, a propósito de los resultados electorales, que los españoles no habían elegido un Congreso sino un campo de batalla, donde resultará más que complicado para el Partido Popular, vencedor de los comicios, llevar adelante un gobierno estable y sin sobresaltos. Todos coinciden que en España ha ganado el descontento y que solo la reinstalación de una democracia de pactos, será capaz de llevar al país por el camino de las soluciones a la grave crisis económica que viene atravesando desde hace una década.
En España se ha roto el bipartidismo, los partidos tradicionales han sido duramente castigados en las urnas; el socialista PSOE, el artífice de la recuperación democrática española, ha obtenido los peores resultados de los últimos tiempos, mientras emergen dos fuerzas como Podemos y Ciudadanos, con gran capacidad legislativa para boicotear la administración de Mariano Rajoy, quien tiene al frente la gran encrucijada de llevar adelante un "Acuerdo Patriótico", para hablar -en términos bolivianos-, de una coalición entre dos bandos históricamente distanciados y divididos por "ríos de sangre".
Ni para los españoles o el resto de los europeos esta salida resultaría inédita, pues el trágico camino hacia la estabilidad, las guerras, los dictadores y toda clase de extremismos, los convenció que la democracia es el único camino posible de la pacificación y muchas veces, este modelo no es nada sencillo, pues obliga a dialogar, a ceder, a pactar y a sentarse a la mesa con quien ayer considerabas tu peor enemigo. En Francia lo han hecho así, en Inglaterra están acostumbrados a "mezclar el agua y el aceite" y han descubierto que esta vía es factible, al menos la más oportuna para evadir los radicalismos, que siempre están acechando en el escenario político.
De hecho y de la misma forma que ha sucedido en otras naciones europeas, el domingo se consolidaron en las urnas tendencias extremistas, en este caso, la de Podemos, una opción que busca implantar en España un sistema populista a imagen y semejanza del Socialismo del Siglo XXI, que ahora está en declive en América Latina, debido a los desastres económicos, la corrupción y la destrucción del sistema democrático.
En Argentina muy pocos dudan que la continuidad del kircherismo hubiera significado la debacle del país, que estaba por el mismo camino de Venezuela. Sin embargo, el populismo sigue fuerte, tiene mayoría en el Congreso y la salvación del país solo es posible si las políticas de Mauricio Macri vienen acompañadas del respaldo de un pacto político que funcione -seguramente a los tropezones-, pero que marche, pues generalmente lo único que avanza sobre ruedas es el autoritarismo, porque no tiene quién se oponga, pero lamentablemente ya todos conocemos hacia dónde nos llevan esas rutas pavimentadas.
En Bolivia costó sangre, sudor y lágrimas llegar a un sistema democrático imperfecto, pero capaz de asegurar transiciones pacíficas que ayuden a ir moldeando un sistema que vaya mejorando los niveles de competitividad, entendida como la capacidad de un Estado de atender los problemas de la gente. Pero nuestra mentalidad autoritaria, la impaciencia ciudadana y las pulsiones autocráticas que siguen aguardando la oportunidad para reaparecer, nos llevaron a desechar el pacto y la coalición. Tal vez esté llegando nuevamente la oportunidad de recuperar esta capacidad que requiere disciplina y vocación.
Ni para los españoles o el resto de los europeos esta salida resultaría inédita, pues el trágico camino hacia la estabilidad, las guerras, los dictadores y toda clase de extremismos, los convenció que la democracia es el único camino posible de la pacificación y muchas veces, este modelo no es nada sencillo, pues obliga a dialogar, a ceder, a pactar y a sentarse a la mesa con quien ayer considerabas tu peor enemigo. En Francia lo han hecho así, en Inglaterra están acostumbrados a 'mezclar el agua y el aceite' y han descubierto que esta vía es factible, al menos la más oportuna para evadir los radicalismos, que siempre están acechando en el escenario político.
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