Pese a los afanes festivos, el ambiente político se calienta inusitadamente. Ofician de fogoneros los eventos electorales y políticos registrados en la vecindad y el mundo. Me refiero no sólo a los resultados electorales registrados en Argentina y Venezuela y a la crítica situación que enfrenta la presidenta del Brasil, sino también a las amenaza de un yihadismo radical que propaga sus consignas terroristas en todos los rincones del planeta. En el plano doméstico, los eventos asociados a las campañas por el SÍ o NO a la Reforma Constitucional y al escándalo de larga duración del Fondioc saturan la cartelera informativa.
En medio de ello, destaca la riquísima información proporcionada por la reciente encuesta promovida por la empresa Mercados y Muestras, la misma que ayuda a entender el estado de ánimo de nuestra sociedad en este particular momento de cambios políticos y económicos en la región.
¿Cómo explicar que un 54 por ciento de los bolivianos esté en contra de una reforma constitucional que avalaría el prorroguismo presidencial a la par que registra una alta valoración a la gestión del Presidente que sumando la calificación de “regular” supera el 80 por ciento? Más que sorprendernos, esta falta de congruencia refleja un nivel de madurez democrática que debiera reconfortar.
Una cosa es valorar una gestión presidencial más allá de toda pasión y otra, distinta, aventurarse a modificar la ley de leyes dando luz verde a sucesivas reelecciones de Evo o de quien en el futuro caiga en la tentación de reproducir y concentrar poder aprovechando las ventajas de estar en ejercicio del poder. Con base a esta diferenciación el voto adopta la calidad de voto consciente e informado.
La leve disminución de apoyo al SÍ llama la atención por tratarse de una apuesta por la que el Gobierno decidió poner toda “la carne al asador”. Todo indica que la millonaria campaña propagandística desplegada por el robusto aparato institucional y mediático estatal ingresa en una etapa de rendimientos decrecientes. Disminuye la capacidad de seducción especialmente en segmentos del electorado con mediano y alto nivel de instrucción y de las capas medias. Tanta información y propaganda empaquetada satura e indigesta.
Por otra parte, el daño político y moral producido por el caso del Fondioc no toca fondo. Desbordó la capacidad de control del Gobierno. Hoy, en su afán por mitigar los daños dio luz verde a medidas punitivas hacia cuadros políticos de mayor jerarquía pero políticamente “descartables”. A pesar del elevado costo político que ello representa para su vanguardia Indígena Originaria Campesina, se apunta a preservar de esa marea contaminante al binomio Morales-García Linera, usualmente inmunes de toda amenaza terrenal y mundana.
Un 75 por ciento opina que el presidente debiera buscar un sucesor a nivel del MAS o jubilarse de la política, lo que implicaría realizar un esfuerzo saludable para liberar al país de la Evo Dependencia. Sin embargo, un 22 por ciento minoritario sostiene que, de ganar el NO, debieran “buscarse otras vías para garantizar su reelección”. En este segmento se ubican los fanáticos y los soldados del proceso de cambio, dispuestos incluso a transgredir la convivencia democrática. Esas minorías están organizadas, algunos sostienen que fueron entrenadas militarmente para defender el proceso. A estos grupos les gustaría hacer de Bolivia el centro de la resistencia de una revolución que afortunadamente no trastocó el precario andamiaje republicano. Piensan al país como el último reducto de una ALBA cada vez más desportillada, como la trinchera para probar su fe religiosa a un cambio hoy envejecido. Esas minorías, sean cocaleros, campesinos o colonizadores, son profundamente conservadoras, son aquellas cuyo ímpetu ingobernable y su desacato a la ley, en el mejor de los casos, sólo el mensaje del caudillo podría aplacar.
La autora es psicóloga, cientista política, exparlamentaria.
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