Lo que estamos viendo en las calles de la ciudad, con la irrupción de los vándalos que se hacen pasar por universitarios, no es sino la comprobación que la Universidad en general está en tal crisis, que ha llegado a la sima; porque no hay que olvidar que episodios más o menos semejantes se dieron y dan en otras universidades sin que, hasta el momento, apunten las soluciones estructurales a los problemas que arrastra desde hace tiempo.
Y no es una paradoja que quienes lleven a esta institución a tal grado de degradación sean precisamente los que más han medrado de ella: los izquierdistas, entendiendo como tales a los que se autodenominan marxistas, trotskistas, castristas o lo que fuere que han hecho de los predios universitarios sus feudos sin aportar nada de nada.
Y no es que mal de muchos sea consuelo de tontos y haya que decir que lo mismo se cuestiona a la Universidad en Buenos Aires, Londres o París, sino que lo primero que hay que asumir es que esta crisis nos está mostrando que nunca hemos tenido una academia creativa, desalienada y, por tanto, libre y auténtica.
La falta de ciencia en estas instituciones, y hablamos de la verdadera y no de la cientificista, la incapacidad para producir tecnología y, lo peor, su alienación a las corrientes del pensamiento europeo; es lo que más se cuestiona a lo largo y ancho del planeta no solo porque supone una nueva forma de colonización sino porque deja a un lado los intereses del pueblo en el que se desenvuelve.
No es pues raro que la mediocridad haya sentado sus reales y disfrace sus nimiedades o vacuidades con títulos cada vez más pomposos con que se trata de sorprender la buena fe del pueblo; pero la realidad sigue ahí: no hay ciencia, no hay tecnología, no hay extensión por mucho que se quiera sofisticar sobre el tema. Por eso es que los estudiantes lo único que quieren es el título y no les importa si aprenden algo o no y hasta mejor lo último y la cátedra se ha hecho trinchera de la mediocridad, aunque salvando rarísimas excepciones.
Ya la Universidad no puede vencer esta crisis si no acude a todas las instituciones del Estado, al pueblo en general para revertirla y las posibilidades de solución no están, por lo tanto, en sus actuales ocupantes y usufructuarios; todo lo contrario.
Es una lástima lo que viene sucediendo pero ya no se puede soportar más, en nombre de una autonomía que nunca ha sido tal o en procura de una aristocracia de la ciencia y la tecnología que no se ve.
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