En Bolivia, la larga lista de golpes militares se rompió en 1980, consecuencia lo que entonces se llamó el “primer gobierno del narcotráfico”.
Después de esa experiencia, en un proceso de dos años, los militares bolivianos llegaron a la conclusión de que habían tocado el fondo del oprobio.
Desde entonces hasta ahora, hubieran tenido varias opciones para “regalarle un día de gloria a la patria”, como solía decir los voceros de cada asonada, pero se abstuvieron.
Fue descartado, para siempre, dicen ellos, un comportamiento que se había hecho rutinario. Se cuenta que un turista extranjero que se alojó en el viejo Hotel París, en plaza Murillo, pidió una habitación que tenga una ventana que le permita ver un golpe de estado.
El contacto tan directo con el narcotráfico había producido ese milagro. Aquella experiencia vergonzosa había tocado alguna fibra íntima de la institución que se llama “tutelar de la patria”, aunque no lo ejercía.
Ahora, 23 años después de aquel gesto de mea culpa y de expiación, cuando el narcotráfico está nuevamente dominando la política y la economía del país, desde las esferas de los oficiales no hay ningún pronunciamiento.
Y surge la rebelión de los sargentos. Ellos miran de cerca del festín que se dan los oficiales con el dinero que les llegaba de Venezuela y ahora les llega directamente del gobierno boliviano.
Como en 1980, hay ojos que miran, dentro de las FFAA, el espectáculo de los recursos que llegan desde fuentes de financiamiento innombrables.
Ven cómo un viceministro (Felipe Cáceres) dice que los narcotraficantes colombianos y brasileños ocupan gran parte del Ichilo, mientras los oficiales siguen en el festín.
Por sugerencia de Hugo Chávez, el presidente Evo Morales había inclinado a favor de las FFAA la balanza que ponía al ejército y policía en un mismo nivel desde 1952.
Y ahora, los asesores venezolanos y cubanos le exigen que no dé brazo a torcer y que ponga en su lugar a los sargentos. (Sería terrible que cubanos y venezolanos aceptaran, en sus países, una rebelión de los sargentos.)
Algunos segmentos del gobierno boliviano quizá tengan simpatías con los sargentos, pero Caracas y La Habana no dan espacio para las dudas. La COB y el Conalcam se han cuadrado a las órdenes que llegan desde el Caribe.
La rebelión de los sargentos será aplacada, pero están dejando un mensaje.
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