El juez Gualberto Cusi será sometido a un juicio penal, probablemente destituido y luego enviado a la cárcel por la justicia del actual gobierno.
Su pecado consistió en haber dicho que los indígenas del TIPNIS tendrían que buscar justicia en tribunales internacionales, porque en Bolivia no la tendrán.
Cuando el “caso Cusi” estaba en debate, surgió otro, parecido: la diputada Rebeca Delgado, presidente de la cámara baja, cometió otro acto de irreverencia: dijo que el ministro de Gobierno debería ser más responsable cuando elabora leyes que piensa remitir al parlamento.
Se suponía que Cusi era una pieza obediente del partido de gobierno, pues su elección como ministro del Tribunal Constitucional había surgido de una lista elaborada por el MAS y luego sometida al voto popular. Estos candidatos masistas salieron segundos en esa elección, después de los nulos.
De todos modos, a pesar de representar a los jueces que sacaron la medalla de plata en esta contienda, Cusi sintió que contaba con la suficiente legitimidad como para pensar por su cuenta, sin tener que pasarse la vida obedeciendo al partido que lo había inventado.
Este Pinocho de la política comenzó a creer que podía actuar con dignidad cuando dijo que una resolución del TC fue dictada por el ministro Quintana y el diputado Héctor Arze Zaconeta. Entonces, el partido Gepetto decidió sentar la mano al muñeco y le obligó a arrepentirse en público, asintiendo en silencio, con cara de torturado, un texto de humillación pocas veces visto. Ni siquiera movía la cabeza.
Pero Cusi había adquirido la perniciosa costumbre pensar por su cuenta, a pesar de que el partido se lo prohibía. Volvió a las andadas y dijo aquello sobre el TIPNIS.
Esto sí que Gepetto no podía perdonar. Todo se perdona en el MAS menos que alguien ponga en duda los proyectos en los que el jefe supremo cree con firmeza, comenzando por el TIPNIS y la carretera que deberá destruirlo.
Toda la furia del MAS se ha lanzado contra Cusi. Lo van a condenar y, si pudieran, lo flagelarían. Será mostrado como un caso ejemplarizador para que nadie más intente sacar los pies del plato en la disciplina masista.
Queda el caso de la diputada Delgado. El MAS ha decidido castigarla devolviendo al poderoso Arze Zaconeta la presidencia de diputados.
El pecado de Delgado es, primero, haber admitido que las leyes que aprueba el parlamento son elaboradas en el Palacio Quemado, y luego haber dicho que el ministro Romero debería ser más responsable en la elaboración de las leyes que remite al legislativo. Aludía a la ley sobre extinción del dominio de bienes.
Con ese nombre extraño, es otra ley que tiene el sello del señor presidente. Ha sido diseñada para asustar a la gente y para que nadie se atreva a desafiar su candidatura. Tiene la misión de hacer que todos tengan miedo de perder sus bienes y por lo tanto se abstengan de contradecir al supremo.
Ambos, Cusi y Delgado, habían sido ganados por la sensación de que podían actuar con dignidad en vista de que cuentan con legitimidad democrática.
¡Pobres! Creyeron que esta era una democracia.
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