Las denuncias de que nuevamente Challapata ha sido invadida por vehículos indocumentados pone en evidencia que tanto el sur orureño como el norte potosino, por su lejanía con los principales centros urbanos del país, es tierra de nadie. Todavía están frescas las imágenes del horror de los cuatro policías asesinados en Saca Saca o los estremecedores relatos de dos efectivos de la institución del orden sobre las vejaciones que sufrieron.
Los lamentos nada resuelven. Tampoco será una solución imponer por la fuerza la presencia del Estado, porque ello conllevará, con seguridad, un baño de sangre.
Hay que buscar las razones, por las que esa zona tiene esa característica. Se trata de una de las regiones más pobres de Bolivia. La tierra es agreste y yerma, el clima es adverso y la vida en esos parajes es durísima.
El Estado protector y benefactor de sus habitantes nunca se preocupó por alcanzar durante toda la historia republicana y plurinacional de atender las demandas de quienes tienen, puede decirse con propiedad, la desdicha de haber nacido en ese punto.
Los caminos vecinales son malísimos, las postas médicas son excepcionales, las escuelas son un monumento al olvido, es un sitio donde prima la ley de más fuerte.
Pese a ser una región que tiene potencial turístico, la carencia de servicios convierte a los visitantes en verdaderos aventureros dispuestos a enfrentar todas las adversidades posibles para recorrer un lugar ignoto.
En tales circunstancias, se podrá entender, no justificar, a la conclusión de que quienes viven por allá deben luchar por sobrevivir de cualquier manera y a cualquier precio.
Por ello, el razonamiento puede ser peligrosamente sencillo: si el Estado nada nos da, ¿por qué vamos a acatar sus reglas?
Esa realidad, que se repite en muchos puntos de la geografía nacional, sólo puede ser resuelta de la forma lógica: extender la presencia de las instituciones estatales: educación, salud, seguridad, comunicación, servicios, infraestructura, asistencia y otras a esas zonas bolivianas, para que en forma simultánea, esas personas entiendan que ese Estado es suyo y deben respaldarlo, defenderlo y cumplir sus normas.
Bolivia es un país que se ha estructurado, a lo largo de su historia, a partir de algunos centros urbanos importantes que, tradicionalmente, se han beneficiado de la riqueza generada en otras áreas y, en las primera etapas de la república, mediante una estratificación de castas, antes que de clases sociales, se implantó un sistema de discriminación.
Así, se explica por qué el Estado boliviano tiene tal cantidad de agujeros negros, si cabe llamarlos así, en los que puede ocurrir cualquier cosa, como los actos reprochables y condenables descritos líneas arriba o, seguramente, las acciones más nobles que el ser humano es capaz de concebir.
No debe haber, ciudadanos de primera y de segunda, pero la forma que ha asumido el Estado a lo largo de casi 200 años, hay colectividades hasta de cuarta categoría.
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