Mauricio Aira
Quién hubiese podido profetizar que el retorno de la Cruz estaría determinado aquel día que al menos un millón de paceños acompañaron el ingreso de los indígenas del TIPNIS al centro de la ciudad. Los dos mil caminantes heroicos que habían recorrido selvas, valles y montañas para presentar su pedido ante el Jefe de Estado de prohibir la construcción de una carretera por en medio del parque Isiboro Sécure en pleno corazón de la geografía boliviana, se convirtieron en fuerza contundente para el retorno de la Cruz.
Sucedió a poco de alcanzar el poder Evo Morales el destierro del Crucifijo y la Biblia que desde el mismo 6 de agosto de 1925 precedía los actos más solemnes de la vida de la República, la toma de posesión por los dignatarios ante el Congreso Nacional, la de ministros ante el Presidente, de Prefectos y Alcaldes ante las autoridades judiciales de cada departamento y provincia haciendo la señal de la cruz con los dedos índice y pulgar y la mano derecha levantada a la altura del pecho juraban a sus cargos bajo la fórmula “que Dios y la Patria os premien al ser fieles en el cumplimiento del deber o si no os lo demanden”, y es que los masistas que asumían el poder público a título de “descolonizar” arrancaron de un manotazo la Biblia y el Crucifijo del sitio de honor que siempre ocuparon.
Aquel día de octubre uno de cada dos ciudadanos de la populosa ciudad de La Paz salieron de sus casas para aplaudir, respaldar con su presencia la extraordinaria performance de aquellos cientos de hermanos indígenas que recorrieron a pie una considerable distancia de 600 kilómetros y que les llevó algo más de 60 días. Y es que provocaron la simpatía general al reclamar algo tan simple y elemental de vivir en su propio hábitat gozando de la naturaleza, del aire, del agua de sus plantas y de sus animales y preservando la tierra de la invasión de colonos que siembran hojas de coca de la que por desgracia se fabrica la cocaína, verdadero azote del modernismo que envenena almas y cuerpos.
Tan formidable ha sido el respaldo ciudadano al TIPNIS que hizo temblar los cimientos del masismo afincado sin Dios ni Ley en el vetusto Palacio Presidencial de la Plaza Murillo de donde fue borrados la Cruz y la Biblia para ser sustituidos por otros símbolos ajenos a la bolivianidad. Lo primero que hicieron los recién llegados fue agradecer a Dios, se llegaron a la Basilica de San Francisco y pidieron ser bendecidos por el Arzobispo Abastoflor, fuera del templo en la enorme explanada recién estrenada se levantó la Cruz ante la emoción general y esa primera bendición marcó el retorno de la Cruz al alma boliviana. En marzo del 2006 cuando quitaron el juramento religioso habíamos marcado:
San Pablo proclama la fuerza del Crucificado, “es Sabiduría con la que venció al astuto demonio, es la Fuerza que salva al creyente, es Amor entregado por el Padre al mundo hasta la muerte y muerte de Cruz. El mejor Maestro de una vida sin tacha”. El nombre del Señor es Santo por tanto el hombre no puede hacer mal uso, lo debe guardar en la memoria en un silencio interior, no lo empleará sino para bendecirlo, alabarlo y glorificarlo (cf Sal29; 96, 113) Profético anuncio que señala el final de la “era masista” de menos de 5 años ante la perennidad de dos milenios del cristianismo. O sea tan corto y efímero como un pestañeo. Dos mil indígenas con su fe y su valor han determinado el Retorno de la Cruz a la vida nacional.
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