Si uno sigue con algo de atención la agenda diaria del presidente Evo Morales, sobre todo en épocas electorales como la actual, fácilmente podrá constatar algo que no debiera ser tomado tan a la ligera como en los hechos se lo hace. Es que prácticamente nunca está gobernando desde su despacho. Lo que hace durante gran parte de su tiempo es recorrer a lo largo y ancho del país, mañana, tarde y noche, para promover a sus candidatos. Y para agravar el mal, ahora el Vicepresidente hace lo mismo, lo que lleva a preguntar una y otra vez: ¿quién gobierna Bolivia? —pregunta que ya hicimos la pasada semana—.
Así, se ponen en evidencia dos rasgos del actual proceso electoral: Por una parte, la inutilidad de muchos, si no todos los representantes del oficialismo, para hacerse por sí mismos merecedores del respaldo de la ciudadanía. Y por otra, la asiduidad con que las dos principales autoridades del Órgano Ejecutivo expresan su desprecio por todas las normas que expresamente les prohíben involucrarse tan desembozadamente en las campañas electorales. Con mucha mayor razón si lo hacen, como lo hacen, haciendo uso y abuso del patrimonio estatal.
Más grave aún, como si lo anterior fuera poco, es que al tratar de convencer a la gente para que vote por los candidatos oficialistas recurren alternativamente a las ofertas de desembolsos para financiar proyectos de interés de los pueblos a los que visitan, como premio, o a las amenazas sobre el posible bloqueo de recursos si la votación popular favorece a candidatos opositores. Peor aún, en más de una ocasión han insinuado la posibilidad de que la convivencia pacífica estaría amenazada allá donde el oficialismo no resulte vencedor.
1 comentario:
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